Esta es una historia real, muy real. Los personajes SON TODOS REALES. El lugar también es real, y si, en el patio de mi casa; donde he vivido siempre. Donde han vivido mis antepasados, mis antepasadas.
Hace mucho tiempo, antes de que yo pensara en existir, antes que alguien pensara que yo existiría y mucho tiempo más atrás había un río que pasaba en lo que hoy correspondería a mi patio de atrás. Habían muchos árboles y montañas. Muchos animales vivían allí. Las personas, según parece, todavía no poblaban ese lugar. Los árboles eran territorio de los pájaros. El río era territorio de los peces. Los troncos secos eran territorio de los roedores. La grama era territorio de las serpientes. Los pájaros, los peces, los roedores y las serpientes eran originarios de ese lugar.
A este lugar llegaban otros animales que acogían con mucha solidaridad y que les convertían parte de la comunidad. Las ardillas compartían territorio con los pájaros. Los insectos compartían con los roedores, los sapos con las serpientes y los peces sabían que del río debían nutrirse todos. Cada quién podía compartir territorio con quien llegara con respeto y armonía.
Tantos años, que cuenta esta historia, que la vida funcionó así que los trabajos para aniquilar la memoria han sido tan efectivos que no nos recordamos que la vida alguna vez fue así.
Una mañana escucharon pasos fuertes, sonidos largos y pesados. Se acercaron unas bestias gigantes a la comunidad. Los animales se quedaron petrificados. Nunca habían visto a un humano. Trataron de actuar normal para ver qué sucedía cuando, de repente, ¡un humano intenta lastimar a una serpiente!
Les dio miedo, mucho miedo. Nadie les había tratado de lastimar de esa forma. Cada quien se fue a su territorio en donde encontraran refugio. Cuando se es de un lugar, hasta se conocen los lugares de escondite. Resguardaron toda la noche allí, en vigilia.
A la mañana siguiente, ya se había marchado. Todos y todas salieron a ver. Había un silencio ensordecedor. Hasta que un pájaro quebró en canto y exclamó preguntando: «¡¿qué ha pasado?!». Empezó un murmullo, cada quien hablaba al mismo tiempo. El sonido del murmullo fue creciendo y se sentía la desesperación de la duda. Otros pájaros que habían mantenido alerta toda la noche, dijeron que los vieron midiendo el espacio. Las luciérnagas dijeron que les vieron escribiendo en aparatos luminosos. Brillaban más que ellas de noche. Los peces estaban furiosos, pues tiraron basura en el río. Las serpientes no dijeron nada. Se quedaron escuchando, analizando. Siguieron los comentarios, hipótesis tras hipótesis iban surgiendo, hasta que al fin hablaron las serpientes; «nos quieren sacar de aquí», dijeron. Otro silencio se apoderó de lo que se había convertido en la asamblea más importante de la comunidad; cuando se dieron cuenta que por primera vez, tendrían que defender su territorio.
Las aves, con su virtud de volar, observaban cómo se aproximaban camiones. Día con día, llegaban más de esas máquinas. Las serpientes, ahora más cautelosas, notificaron que seguían llegando hombres a medir el área. Las ardillas escuchaban palabras como: viviendas y construcción. Cada día, recolectaban más información hasta que tuvieron la suficiente como para armar un plan. La información de las ardillas confirmaba que las máquinas llegarían dentro de dos soles.
Cada quien tomó su posición.
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Empiezan los pájaros a picotear a los conductores, las serpientes mordían los tobillos de los que iban a pie, los peces aleteaban al mismo tiempo provocando enormes turbulencias que hacían imposible cruzar el río, los sapos hacían ruidos ensordecedores que provocaban dolores de cabeza a los humanos. Los roedores cortaban a mordidas los cables de los vehículos. Todos los animales contribuían a su forma, dentro de lo que cada quién sabía hacer.
Pasaron años y más años. Los animales se siguieron resistiendo y los humanos siguieron intentando, hasta que un día muy gris, lo consiguieron. Los humanos se apoderaron de su comunidad.
Los animales se vieron obligados a desplazarse, poco a poco algunos fueron buscando lugares más seguros y otros fueron asumiendo roles dentro de la resistencia. Nadie nunca juzgó a los que se quedaron y nadie nunca juzgó a los que se fueron. Todos y todas sufrían el despojo.
Todavía hay secuelas de lo que pasó; algunos pájaros todavía son presos políticos y viven enjaulados. Los peces, también fueron encarcelados en pequeñas celdas llenas de agua.
Los roedores y algunos insectos han sido criminalizados, a tal punto de tratar de aniquilar su especie.
Las serpientes siguen siendo ágiles e inteligentes, pero se han aislado.
Yo me enteré todo esto porque mi perro Canela, me lo contó. El asistió a una ceremonia de luna llena en honor a los desaparecidos y encarcelados, a la que asistieron varios animales aún en resistencia. Los antepasados de canela fueron llevados a ese lugar, acompañados de los primeros humanos que saquearon la comunidad.
La memoria no solo es la versión oficial. Generalmente nunca lo es.